Confinamiento y duelo infantil

25/05/2020
  • Secuelas del confinamiento en la infancia

  • La Covid-19 sin duda ha cambiado nuestras vidas, la experiencia del confinamiento ya en sí mismo tiene y ha tenido secuelas en nuestro estado anímico. La irritabilidad y el desasosiego se ha intercalado con momentos de mayor serenidad. El temor a lo desconocido y la sensación de incertidumbre unida a la poca capacidad de control de la situación, son experiencias desgastantes desde el punto de vista psicológico. Esto no quiere decir que todos hayamos vivido el confinamiento de la misma forma, ni que necesariamente todxs hayamos tenido las mismas manifestaciones. Sin embargo es más que previsible que la ansiedad, la tristeza, los trastornos de sueño o la rabia hayan formado parte de nuestro espectro de conductas y/o sentimientos durante alguno(s) de los más de 60 días que estuvimos con restricciones de movilidad.


  • Cuando me preguntan sobre los efectos del confinamiento en los niños es obvio que no hay (ni puedo ofrecer) una única respuesta. Hay tantas posibilidades como niñxs. De hecho, las reacciones y secuelas dependerán en mucho, de la manera en la que los adultos acompañantes lo hayamos vivido y verbalizado
  • Imagen tomada de TEKCRISPY
  • Para aquellxs niñxs para quienes la cotidianidad implicaba estar poco tiempo con sus padres, podríamos pensar la vivencia emocional del confinamiento como una oportunidad de disfrute de forma continuada y libre de la compañía de mamá y papá. En este caso y en función de la disponibilidad emocional de los progenitores, la etapa de confinamiento podría incluso haberse traducido para esos pequeñxs en una experiencia deseada y feliz. Sin embargo, no es menos cierto que para aquellos padres que tenían que compaginar teletrabajo y familia, probablemente estas semanas hayan sido vividas con más ansiedad y stress. Sin mencionar que, en paralelo, no se transita igual la experiencia de confinamiento en una gran ciudad o con apenas espacio propio al aire libre (terraza o jardín) en los que la cohabitación para realizar deberes, estudiar y teletrabajar coincidían, frente a aquella vivida en condiciones físicas más amplias, con más espacio personal y luz natural, como ha ocurrido en lugares más cercanos al campo o en aquellas viviendas en las cuales pudo disfrutarse de un jardín, patio o espacios más abiertos sin riesgo de contagio.
    En este sentido, las condiciones familiares de cada uno predisponen a una situación más o menos llevadera del confinamiento según sea el caso particular. Sin embargo, nada de esto contradice el hecho de la pérdida de una normalidad, de la interrupción de unas rutinas que siempre, y más para los niños y niñas, funcionan como un marco estructural que les ofrece seguridad psíquica.
    Así las cosas, no es fácil determinar el alcance en nuestra psique de una experiencia tan singular no sólo por su carácter de excepcionalidad sino también por la carga de incertidumbres y desconocimiento que aún la rodea.
  • Imagen tomada de 20 Minutos. Autor: Juan Martínez
  • Entendiendo pues las singularidades que aportan cada contexto familiar (calidad de las relaciones interpersonales, espacio físico disponible, condiciones de seguridad laboral, disponibilidad real de los padres para la conciliación en caso de estar teletrabajando), no podemos descartar la pérdida real de la normalidad como fuese que ésta fuera antes del confinamiento. Y esa pérdida supone también un duelo. Por el momento, pensemos sólo en aquellas familias que no han sido afectadas por el fallecimiento de algún familiar o amigxs. Sobre eso hablaremos más adelante en el siguiente post.
  • Los duelos son el sentimiento subsiguiente a una pérdida y la ausencia de una rutina lo es. No ir al colegio, cambiar el espacio de trabajo escolar, no poder visitar a la familia, estar separados de quienes queremos con una imposibilidad objetiva de abrazarnos o tenerles cerca, todo eso es un duelo que hay que procesar
  • Pensemos que junto a la situación sanitaria hay otros factores que impactan de manera trascendental en el escenario familiar, por ejemplo, cuando uno o ambos padre/madre se ven afectados por un ERTE. La pérdida del empleo es también una fractura, aunque se espera momentánea, de la estabilidad emocional. Y aunque lxs niñxs no trabajan, son partícipes de ese clima de desasosiego que viven (y manifiestan) quienes viven con ellxs. Aunque ha tenido menos tratamiento del que a mi juicio debiera, no olvidemos que  los niños y niñas también han perdido cosas que no son extensiones de las pérdidas de sus progenitores: no están con sus amigxs, ni las clases ni la relación con sus maestros se producen en las condiciones anteriores, han dejado de compartir cotidianamente con lxs abuelxs que en muchos casos, asumían buena parte de la vida diaria de lxs niñxs, recogiéndoles del cole o guardería, llevándoles al parque o pasando parte del día bajo su cuidado. Las y los abuelos han venido formando parte importante de la dinámica de conciliación de las familias, apoyando a madres y padres trabajadores sobre todo en los últimos años y fundamentalmente en las ciudades más grandes. 
    Es una verdad contrastable y a veces poco valorada, que los y las niñas han visto interrumpidas abruptamente las actividades que ejercían cotidianamente y que formaban parte de su rutina y estructura. El confinamiento ha implicado prescindir del rato de parque, jugar a la pelota, correr y hacer ejercicio físico sin mencionar compartir con amigos y vecinos, asistir a extraescolares e ir al cole. Enmarcado en el contexto de la intervención de un significante concreto y que  apela directamente a nuestra vulnerabilidad: la posibilidad de enfermarse o enfermar a otros.
    Esto no es un hecho baladí,  es un significante objetivo con una peculiaridad, ser invisible, es decir, definido por la existencia real de un elemento no perceptible, microscópico, que está en el afuera y que nos impide salir o desarrollar nuestra vida de la forma en la que estábamos habituados a hacerlo. Y  que por si fuera poco, podemos llevar asintomáticamente o  lo que es lo mismo, sin saberlo, poniéndonos en peligro a nosotros y a quienes están a nuestro alrededor.
    Si atendemos a estos condicionantes desde la mirada de un niño o niña, coincidiremos en que es absolutamente aterrador. Hay algo, que no vemos, que podemos llevar en el cuerpo, que puede dañarnos o incluso ser letal para las personas que más queremos ¿somos conscientes de lo que puede representar eso para unx niñx?
  • Imagen tomada del Diario de Extremadura. Autor: Marc Vila
  • Podemos suponer entonces las fantasías y sentimientos de desasosiego que la intervención de un factor como el desatado por COVID-19 genera en nuestra psique. ¿Qué hacemos ahora? ¿Cómo gestionar el desconfinamiento? ¿Cómo afrontar los temores que ahora podrían desenmascararse?
    Porque ahora, cuando han entendido por qué debían quedarse en casa, la desescalada les invita a salir. Empezaremos a convivir con la COVID-19 desde el lado de fuera de la ventana. La vida continúa y retomaremos poco a poco las rutinas del A.D.C (antes del Coronavirus) y si algo está claro, es que aunque el confinamiento termine o se flexibilice, el significante que justificó nuestro encierro continúa allí y continuará por un tiempo indeterminado.
    De modo que más que nunca, para que toda esta experiencia sea vivida de la mejor manera posible, el papel del cuidador vuelve a ser determinante. La información debe ser suministrada de forma que sea entendible para lxs peques y que abarque las preguntas que el niño se formula. 
  • Debemos aportar seguridad, debemos transmitir la certeza de que si se cumplen determinados criterios de prudencia y protección, estarán resguardados pero para que ese mensaje sea efectivo, nuestra tranquilidad es también necesaria. No hablar en abstracto es un buen paso. Adecuar el nivel de información y el lenguaje empleado a la edad de lxs niños es también imprescindible. No será lo mismo explicar a un adolescente cómo será "la nueva normalidad" que a un niño o niña de tres o cinco años.
  • Yo recomiendo siempre acudir a información filtrada, contrastada y oficial, partiendo, a su vez, también de la información que ellos ya poseen. Preguntar ¿qué sabe él/ella? ¿qué cree? o ¿qué le preocupa? es un buen camino para hacer que nuestras palabras cumplan su función, aportar seguridad. Además así podremos corregir la información equivocada que puedan tener o que hayan fantaseado y que contribuye a aumentar su ansiedad.
    Todos los pediatras y psicólogos están de acuerdo en la importancia de explicar y enfatizar el hecho de que aunque es peligroso por su rapidez de contagio y propagación, si nos protegemos adecuadamente con el lavado frecuente de manos, la distancia personal y las mascarillas, podremos salir y disfrutar sin enfermar, haciendo hincapié en la existencia de un personal cualificado de sanitarios que velará por aquellos que enferman y el altísimo dato de recuperación frente a los que no superan la enfermedad. Apoyarnos en los datos objetivos también tranquilizan y es por eso que los niños responden tan bien a las indicaciones, siendo lxs pequeñxs quienes con mayor disciplina respetan las normas. La literalidad propia de la infancia en este caso es una fortaleza de lxs niñxs frente a lxs adultos, por lo que seguir las normas ejemplarmente, fortalece su sentimiento de seguridad y resguardo.
  • Imagen tomada de Faro di Roma
  • Ahora más que nunca, nuestra serenidad y coherencia harán más sencillo el tránsito a la vida desconfinada. Afortunadamente los niños y niñas tienen una capacidad de adaptación infinitamente más flexible que los adultos, por lo que es probable que sean más eficaces que nosotros para readaptarse a la "vuelta" y a las nuevas rutinas que ésta imponga. Lo más importante es que seamos capaces de ofrecerles la seguridad que requieren para saber que la calle no es peligrosa y que sólo es necesario que mantengamos algunos de los hábitos adquiridos para estar "a salvo". Ser claros en que su salud no corre peligro es fundamental para que no vivan el mundo fuera de casa como un lugar inhóspito. Por otro lado y en esto creo que hay que poner mucha atención, debemos ayudarles a aminorar ese sentimiento de culpa que su condición de asintomáticos ha podido transmitirles, insistiéndoles por ejemplo, en que los adultos son quienes nos ocupamos de su seguridad, la nuestra y la de sus abuelos. Y rebajar, por así decirlo, la responsabilidad que puedan sentir sobre la salud/enfermedad de quienes aman. 
    Seamos conscientes de que el confinamiento ha generado cicatrices y que independientemente de cuan más o menos profundas sean, escucharles, atender a sus temores, a sus fantasías y acompañarles con amor y serenidad serán las mejores guías posibles para adaptarnos a la llamada "nueva normalidad" de manera sana, con valentía y seguridad. 
    Un abrazo, familias y hasta la próxima...

Jugando aprendo


Doctora en Psicología por la UAM. Madre de dos hijos y una enamorada del juego. Ha dedicado más de 20 años al tema de la infancia y al estudio del vínculo entre juego y desarrollo emocional y cognitivo. Colaboradora en el Blog Papel Picado con la columna Alfareros de Papel.

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